fechas clave

descubrir a alguien me llama la atención. descubrir sus gustos sus obsesiones, de que lado se comienza a cepillar los dientes, si prefiere sentarse de lado del sol o la sombra en el tren y si paga o no el boleto antes de subirse. pienso estratagemas mientras veo alguien llamativo en estos transportes y pienso que si se baja en mi estación entonces tengo derecho a hablarle (si quizás esté robando un poco al cronopio). pero son pequeñas obsesiones y el gusto por lo ajeno es lo que hace de la rutina una convivencia estable y soportable cuando no hay remedios que curen los insomnios del día que pegan más feo que los de la noche, donde uno siempre puede agarrar una linterna con una mano y hacer sombras chinescas con la otra. pero lo que revive y lo que tira siempre va a seguir siendo el amor. aunque más no sea la idea borrosa lejana silvestre de él. de que si veo en el tren a una chica con un libro de cortazar de editorial alfaguara y me rebusco en el asiento mirando sin disimulo sobre la tapa sobre el lomo para adivinarme el nombre y sin conseguirlo así y todo siento un código, una llamada una nada minimalista que se deposita en ese instante y que algo quiere decirme. es el mismo código que siento hacia mi propio género. cuando camino por la noche, cuando de casualidad alguien se me pone a hablar y me habla de su vida y me pregunta de la mia y sin querer o queriendo me incomoda y tengo que salir escapando entonces evidentemente todas las personas de la noche me parecen peligrosos potenciales, ladrones encubiertos, violadores camuflados. y entonces percibo un código. si veo un grupo de mujeres cerca me siento más segura. me siento más en mi mundo en mi espacio. y entonces la noche deja de ser extraña y deja de ser un ambiente corrompido un ecosistema perverso que expulsa criminales. los libros, el cafe la poesía un autor en particular una canción cantada por alguien que camina en sentido contrario por mi misma vereda de lo que sólo capto un instante una nota, un desliz de canción, me hace sentir a gusto, siento que con esa persona podría compartir algo. podría entablar algo por mas minúsculo que fuese. que estaríamos hablando el mismo código. una persona blanca en verano, alguien que no sabe prender el honro a gas, alguien que busca el libro más alto de la estantería más alta, alguien que se sonríe cuando lee un pasaje de un libro, alguien que se vuelve a sonreír cuando ve un chico que se sonríe al ver a un payaso una persona que cierra los ojos cuando escucha una canción una persona que escucha en vez de hablar, alguien que pregunta en vez de depositarse dudas, no se. códigos. yo creo que existen y creo en ellos y me dan cierta certeza en un espacio tan amplio y triturado como este, tan abarcativo y tan lleno de incertidumbre. lleno de caras y falto de miradas y esa clase de frases hechas.
bien, pero la realidad es que ninguna de esas personas nunca se me acerca ni yo me acerco a ellas, y más aun, en una ciudad con una población cuya cifra desconozco pero que de algo puedo estar muy segura: no tiene punto de relativa comparación con la cifra de donde vengo, en lugares como estos, la gente ve un libro tirado en la calle, y lo mira con desden, le pasa por al lado o lo patea sin voltear siquiera la cabeza para ver si piso una rata muerta o el brazo de un chico. y se los digo por experiencia, pq me sente frente al obelisco con un libro de Gvirtz en el suelo y espere de cerca lejos a que alguien lo recogiera y no paso. entonces dije (imos) 'quizas sea el autor', y lo variamos, y pusimos al gran cronopio. no señor. pero bueno, no se entristezca que esta tierra todavia puede sorprenderlo un poco: cuando pusimos una billetera, el resultado fue exactamente el mismo. solo queda por decir, en esta ciudad la gente no mira al rededor ni mira para arriba (evidentemente tampoco para abajo), lo único que nos queda esperar, y en lo que nuestras esperanzas recaen, es que miren a las caras, y con un poco más de coraje, alguna vez, miren a los ojos.

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