me excede el arte de los títulos

Sos esta taza de té, esta antinomia, el sonido de los dos amantes, las mantas que me cubren, el suspiro que exhalo, las manos que me llevan, el cuerpo que me despeina, las manías escondidas, el trecho entre lo que se dice y lo que siente, las estrellas todas, las madrugadas, mis vestigios de ser humano, mi parte exaltada, un silbido que se va de los labios, la poesía que no escribo, los ojos que me muestran esta celda y la única salida de ella, las burbujas en el vaso, el conocimiento escondido y las pasiones todas.

YSL

Ahí está. Parado digno de sí mismo. El resultado de la espera. Es de un saco Yves Saint Laurent que compré después de meses de ahorro. Desde donde estoy lo veo en su percha. Su sola personalidad me invade por completo. Su presencia me incomoda.
Es un saco, pienso luego. Tafeta, hilo y botones. Alguien que no conozco tomo esos elementos y los hizo una sola cosa. Con carácter, claro. Cada terminación, cada dobladillo vale el primer centavo.
Y sin embargo esa sensación. Como si mi mundo sartreano y él no encajaran. Como haber introducido un elemento más en la pecera (léase: Le Hérisson ).
Debe ser que dejé entrar al capitalismo a mi casa y ahora yo también soy parte de la máquina.

fechas clave

descubrir a alguien me llama la atención. descubrir sus gustos sus obsesiones, de que lado se comienza a cepillar los dientes, si prefiere sentarse de lado del sol o la sombra en el tren y si paga o no el boleto antes de subirse. pienso estratagemas mientras veo alguien llamativo en estos transportes y pienso que si se baja en mi estación entonces tengo derecho a hablarle (si quizás esté robando un poco al cronopio). pero son pequeñas obsesiones y el gusto por lo ajeno es lo que hace de la rutina una convivencia estable y soportable cuando no hay remedios que curen los insomnios del día que pegan más feo que los de la noche, donde uno siempre puede agarrar una linterna con una mano y hacer sombras chinescas con la otra. pero lo que revive y lo que tira siempre va a seguir siendo el amor. aunque más no sea la idea borrosa lejana silvestre de él. de que si veo en el tren a una chica con un libro de cortazar de editorial alfaguara y me rebusco en el asiento mirando sin disimulo sobre la tapa sobre el lomo para adivinarme el nombre y sin conseguirlo así y todo siento un código, una llamada una nada minimalista que se deposita en ese instante y que algo quiere decirme. es el mismo código que siento hacia mi propio género. cuando camino por la noche, cuando de casualidad alguien se me pone a hablar y me habla de su vida y me pregunta de la mia y sin querer o queriendo me incomoda y tengo que salir escapando entonces evidentemente todas las personas de la noche me parecen peligrosos potenciales, ladrones encubiertos, violadores camuflados. y entonces percibo un código. si veo un grupo de mujeres cerca me siento más segura. me siento más en mi mundo en mi espacio. y entonces la noche deja de ser extraña y deja de ser un ambiente corrompido un ecosistema perverso que expulsa criminales. los libros, el cafe la poesía un autor en particular una canción cantada por alguien que camina en sentido contrario por mi misma vereda de lo que sólo capto un instante una nota, un desliz de canción, me hace sentir a gusto, siento que con esa persona podría compartir algo. podría entablar algo por mas minúsculo que fuese. que estaríamos hablando el mismo código. una persona blanca en verano, alguien que no sabe prender el honro a gas, alguien que busca el libro más alto de la estantería más alta, alguien que se sonríe cuando lee un pasaje de un libro, alguien que se vuelve a sonreír cuando ve un chico que se sonríe al ver a un payaso una persona que cierra los ojos cuando escucha una canción una persona que escucha en vez de hablar, alguien que pregunta en vez de depositarse dudas, no se. códigos. yo creo que existen y creo en ellos y me dan cierta certeza en un espacio tan amplio y triturado como este, tan abarcativo y tan lleno de incertidumbre. lleno de caras y falto de miradas y esa clase de frases hechas.
bien, pero la realidad es que ninguna de esas personas nunca se me acerca ni yo me acerco a ellas, y más aun, en una ciudad con una población cuya cifra desconozco pero que de algo puedo estar muy segura: no tiene punto de relativa comparación con la cifra de donde vengo, en lugares como estos, la gente ve un libro tirado en la calle, y lo mira con desden, le pasa por al lado o lo patea sin voltear siquiera la cabeza para ver si piso una rata muerta o el brazo de un chico. y se los digo por experiencia, pq me sente frente al obelisco con un libro de Gvirtz en el suelo y espere de cerca lejos a que alguien lo recogiera y no paso. entonces dije (imos) 'quizas sea el autor', y lo variamos, y pusimos al gran cronopio. no señor. pero bueno, no se entristezca que esta tierra todavia puede sorprenderlo un poco: cuando pusimos una billetera, el resultado fue exactamente el mismo. solo queda por decir, en esta ciudad la gente no mira al rededor ni mira para arriba (evidentemente tampoco para abajo), lo único que nos queda esperar, y en lo que nuestras esperanzas recaen, es que miren a las caras, y con un poco más de coraje, alguna vez, miren a los ojos.

delicadeces

  • las personas con flequillos pasan la mitad de su vida viendo la mitad del paisaje y con dolor de cabeza por periodos
  • los besos de pelicula nunca saben tan bien como se ven. quien saque de ahi sus bosquejos de "good kisser" es un perdedor total.
  • siempre alguna de las bolitas de navidad se rompe de un año al siguiente
  • cuando la gente dice "te entiendo" lo dice porque:- o se quiere acostar con vos. - o no entiende nada de lo que dijiste pero tiene que decir algo - o pq vos hablaste mucho y se da cuenta que no esperas respuesta, que simplemente querias que te oigan
  • la gente lo unico que quiere cuando se pone de novio/a, es un candadito en el cuello del otro y el derecho a leer sus mensajes de texto
  • las minitas que dicen "me importa más lo de adentro" tienen novios que juegan al rugby
  • los jugadores de rugby por lo menos dicen que sólo les importa lo de afuera

he has magic!

A veces nos gusta pensar que en alguna calle de alguna esquina nos vamos a cruzar con alguien que nos pare, nos pregunte la hora, y seguido a eso, nuestro color favorito. Que nos mire, con una sonrisa, se sonroje y trate de disimularlo. Pensamos (pienso) que existe alguien afuera esperando ser encontrado que sueña de la misma forma, y del otro lado de la pantalla, con cosas que no pasaron y que espera que pasen algún día. Con esa casa a media luz y las pilas de discos dispersas por todas partes; alguien que se ve al espejo y ve lo que va a ser mañana y no lo que parece a los demás ni la imagen que el resto tiene de él.
No puedo parar de escribir sobre los sueños que me invaden al imaginar una vida futura, tan dulce como esta, pero mucho más dulce porque va a ser futura y porque vas a estar vos, ahí, para saborearla conmigo; porque como va a ser más adelante, muchas de las incertidumbres que hoy tengo van a desaparecer, muchas analogías y pasadas malas compañías me van a servir para apreciar tenerte al lado y despertar todas las mañanas con ganas de seguir siendo noche para poder verte dormir.
Después de repente aparece, como si yo no lo quisiera, como si no pudiera evitarlo, el golpe frío de la realidad de los ilusos, que no creen en más de lo que ven, y que ni siquiera en lo que ven confían. Y qué si no aparece? Qué si no es todo esto más que una suma de palabras que no llevan a puerto alguno, y que no buscan esconder más de lo que muestran. Qué si al final de la noche, soy yo, esta pantalla y esta taza de té la única compañía para los libros revueltos que tengo apilados en el placard. Qué si después de todo, la persona del otro lado de la pantalla no es más que yo misma y mis deseos, mis deseos de que alguien sea alguna vez un poco más como yo, y yo un poco más como vos, y entonces así, entre los dos podamos ser en juntos lo que no podemos ser por separado. Extrañarse y serse tanto hasta no ver más que en el otro la parte de uno que uno, no se anima a contarse.
Pero quizás no pase. Quizás no esté la persona transparente esa que imagino. La persona que sueña con la vida y no la que anhela lo pasado; la que vive delos colores y de los olores de las mañanas de domingos; de tomar café y leer un libro; de mirar por la ventana y no ver personas, sino vidas; que cuente con los dedos el amor que tiene hacia todo lo que ve, y que de vez en cuando necesite de mi para salvarlo de ser siempre igual.
Sumas de cosas. Me irrita un poco tener que cambiar las palabras y no poder decir las cosas como son en realidad. Pero la mirada es una sola: la persona que me pregunte la hora, y después mi color favorito, está en la vuelta de alguna esquina, que incansablemente voy a recorrer hasta poder encontrar.-

Teoría de la Coca Light

Llegue a la conclusion de que la gente que toma coca sin azucar, es como la gente que necesita hojas a rayas para escribir cartas, o que necesita escuchar otra música para inspirarse y escribir la propia. Creo que si uno quiere algo, debe quererlo por completo. Si yo quiero darte todo, no voy a esperar lo mismo de vos, pero en cambio yo, voy a recorrer librerías toda la madrugada buscando el verso que pegue exacto con lo que por vos siento, si eso te hace feliz por un rato, si puedo ver una sonrisa, un instante, tuya, con eso me basta y sobra. La gente que toma coca light, es la que quiere un poco de algo, pero no se anima a tenerlo todo. Que tomando imagina estar sintiendo el mismo gusto pero en definitiva esta sólamente haciendo eso, imaginándolo. Que en vez de querer algo por completo y algo que los llene de arriba abajo, se conforman y estan tranquilos con por lo menos acercarse, aunque sea poco, a sentir, aunque sea lejos, lo que sería tener el amor entre los brazos y adentro del pecho, aunque ese amor no salte… ni revuelva librerías.

Entre fotógrafos y observadores

Tengo entendido que los fotógrafos para ser buenos sólo tienen que saber mirar. Yo no soy fotógrafa, sin embargo tengo una cámara fotográfica y soy de prestar alguna atención a las cosas (me ha pasado como a todos levantar la cabeza un día y ver que un edificio se construyo en algún momento y que nunca antes lo había visto). Pero fuera de eso, observo. Dentro de los límites de lo plausible.
No me llamaría la atención ir al Congo Belga a fotografiar escenas de miseria, ni cumplir con el cliché de todo fotógrafo de haber alguna vez en la vida fotografiado a un chico negro. Prefiero otras cosas. Los rostros. Las miradas. Los silencios envueltos en los ojos.
Las caras viejas me parecen más fascinantes que las jóvenes, simplemente porque las jóvenes carecen de eso denominado experiencia: una cara de una persona adulta tiene los rasgos de una vida, como si cada una de sus vivencias hubieran quedado plasmadas en las arrugas que le cortan la cara. Y eso es lo fabuloso. Que los rostros cuenten historias.
Una vez vi un documental en la tele que iba del cuerpo humano, y que cuando hablaba de los cuerpos envejecidos hacía una distinción entre las caras: la cara de un adulto paciente, uno sabio, uno divertido… De cómo las caras iban de algún modo reflejando lo que habíamos sido en vida. Intentaba decir (creo recordar) que de lo que debíamos preocuparnos de jóvenes era de hacer algo, algo grande, para nosotros mismos, fabuloso siempre que a nosotros eso nos pareciera, porque de viejos todo lo que hubiéramos sido iba a estar en nuestra cara y nada había que pudiéramos hacer.
Bueno. Haber cosas las hay. Uno siempre puede reconstruirse la cara para parecer 20 años más joven (siempre prestando atención de que la palabra “parecer” está en la frase). Más bien una operación de rejuvenecimiento es como soltarle al mundo el mensaje: “tengo determinada edad, pero en verdad quiero parecer esta otra”, el mensaje nunca es “jamás envejecí”.
En un programa de teve en el que una mujer busca esposas a los millonarios, una vez se presentó una candidata que se introdujo diciendo “mi nombre es ... y tengo 45 años, ¿los parezco?”. La respuesta de la busca esposa fue un “si” simple y rotundo.
Supongo que es el fin de la reflexión del día: cuidado con querer reciclarse el rostro porque siempre se corre el riesgo de además de no parecer la edad que se pretende, quedar como una mujer adulta que en la juventud no hizo nada dichoso que la marque, y ahora debe ocultar ese vacío operándose la cara. Lo dejo de tarea para el hogar.

Teorías amorosas a la menos uno

Que pocas ideas hay en este mundo. Una vez hicieron una serie sobre hospitales que se llamó ER y de ahí en más miles de series sobre hospitales, amoríos y cosas por el estilo. (Cada vez que vemos series de hospitales con una amiga mía ella hace el repugnante comentario de “vos porque no sabés lo que son los hospitales en la vida real, es un todos contra todos”).
No, pero yo iba a otra cosa. Hay tantos campos sobre los que se pueden hacer historias. A ver, pensemos, no hay ninguna serie sobre un súper supermercado, o sobre un crucero en continuo movimiento. ¿Por qué se las rebuscan por rehacer lo que ya está hecho? Es más lindo ser original. Es más lindo ponerse lo que a uno se le ocurre encima del cuerpo que lo que un catálogo de marcas me dice que me tengo que poner. Dejando de lado las teorías conspirativas que dicen que las modas fueron un invento de los judíos para que la ropa se tire y se vuelva a comprar de una temporada a la otra, o de que de todas las cosas hay alguien enriqueciéndose detrás: ¿qué tiene de divertido salir un sábado a la noche y que toda entera la pista de baile esté vestida del mismo color, o en los mismos tonos al menos, con los mismos zapatos y los mismos peinados en las cabezas? A veces pienso que les hacemos a los hombres la tarea muy fácil si nos vestimos de ese modo. Su búsqueda empieza por homogeneidad: son todas iguales. ¿Se fijarán en algún segundo atributo para decidir si estar con una o con otra? ¿O simplemente se quedarán con el “se ven iguales, deben ser iguales”? Me tiro a lo segundo.
Me desagrada la idea del amor al por mayor, la cosa esa de estar con uno porque casualmente me crucé con ese, pero que si no fuera ese podría ser cualquier otro. Prefiero la soledad, la vida de ostra como diría Bridget, al estar cambiando de hombre como de vestido. Es aburrido. Uno termina por no conocer a nadie. Son relaciones de vidriera, el tener un novio para mostrarlo o “decir que se lo tiene”. Me parece feo y poco atractivo. Como si los hombres (o al inverso, las mujeres) fueran objetos coleccionables que podemos acumular. Tengo a este, este, este y este. Y después esas conversaciones interminables de las mujeres entre las mujeres que pareciera que a veces sólo pueden hablar de hombres, discutiendo si en ese mensaje quiso decir esto o lo otro. Y si lo tienen, entonces es oportuno encarcelarlo como si se tratara de una mascota y prohibirle la visita de extraños. Reprimirlo, recriminarlo, hartarlo. Esa es la visión de amor que desprecio.
Viendo Vicky Cristina Barcelona i came up with the idea of un tipo de amor que simplemente se siente. Algo así como la proposición de “vamos a pasar un fin de semana a algún lugar y no importa lo que pasé después o los pensamientos represores del durante”. Como si amor fuera solamente esa búsqueda constante, ese enamoramiento. Que después cuando el tiempo pasa se pierde y que ni siquiera hay que intentar hacerlo volver.
Me cambió un poco la cabeza. Me pasé tanto tiempo pensando en que el amor se construye, se arma y desarma como si fuera un móvil hecho de palitos de helado que no se me cruzó que quizás “amor” fuera un simple momento con la persona menos esperada, donde hubiera un par de puntos en común para poder tener alguna charla interesante frente a una copa de vino en Barcelona y nada más. Después cada cual a su casa y un lindo recuerdo para guardar dentro de uno. Si en definitiva el amor es para uno mismo. Por más que lo gritemos y repitamos, lo que sentimos, es exclusivamente para nosotros mismos, y nadie, ni nada, puede hacer que eso cambie mientras está pasando.
Desde ese entonces ya no me interesan los amores a lo torre de Babel que buscan tocar el cielo con las manos. Quiero lo instantáneo. Nací en la posmodernidad. Qué más puedo querer. Conocer a alguien, ver su alma con las manos y enamorarme hasta la médula, y a que cuando el amor pase, no intentar remontarlo como a un barrilete, dejarlo caer y enterrarlo para quedarse con el recuerdo.
Igual es una idea. A veces cuando suelto ideas así al cosmos siento como si dejara a la intemperie algo tan grande e indefendible que una simple crítica podría partirme a la mitad. Pero bueno. Sobre ideas y gustos no hay nada escrito. ¿O era sobre gustos simplemente? De todos modos lo dejo ahí, escrito. Si a alguien le parece engominoso siempre me puede agregar al facebook. (Que lo parió con lo tecnológico che)

De camioncitos y muñecas Barbies

La gente por alguna razón se enteró de que alguna vez canté en una banda Beatle y desde ese entonces me atormentan con la pregunta “¿viste Across the universe?”. No no y no. La respuesta es desde hace 2 infructíferos años no. Y no es porque no quiera verla, sino que nunca me parece la ocasión oportuna. Y ahora, de la nada, mientras escribo y cambio de canales me encuentro con que la están proyectando. ¡Dios! Que feo se siente cuando las cosas que uno planifica para más adelante se nos adelantan con la vida y se nos vienen de golpe encima de la cabeza. (Y que patética película, ¿de verdad los personajes se llaman como las canciones para que después cuando canten parezca que les están cantando a ellos?).
Es el producto de la irrupción. Quizás sea una película fantástica, pero ahora, de mala gana, líneas de por medio, leyendo algunos subtítulos y otro no, no hay manera de que la película me llame la atención. Y me pasa igual con esas historias de amor que nunca se concretan y que de la noche a la mañana vuelven. Quiero decir. Estuve 3 años enamorada de la misma persona. Un día me entero de que está con mi mejor amiga. Al tiempo viene a querer decirme que ahora sí tiene ganas de estar conmigo. Y no se puede entendés. No podés mover las formas del universo a tu gusto y hartazgo. Yo tengo planes, tengo una nublada idea de lo que pretendo de mi vida y vos ya no estás ahí. No estás al menos en lo explícito. No podés venir a contrarrestar años de no querer con un instante agobiante de profundo deseo porque mi cabecita lenta y obsesiva por tener las cosas en su lugar no pueden concebirlo así. No me lo esperaba para nada. No encuentro la forma de volver a sentir lo que sentí antes.
Y esta película que ahora tiene escenas “psicodélicas” con The walrus de fondo me parece bastante bastante tonta. Me encontré una vez un libro de nombre “Ella imagina” que me tiró de la manga al instante, porque en sus primeras líneas decía “Yo no entiendo como la gente tiene gatos pudiendo tener obsesiones”. La obsesión de lavarse las manos 40 veces al día, pensar en qué pensaba antes de pensar en vos (nombre: “X”), las cajas, las cosas guardadas o el rotundo desorden. Estaba en mi época obsesiva, debe ser. Igual, como buen libro favorito en el que se convirtió, suelo volver a él para encontrarle sentido a mi vida y siempre siento lo mismo. (Cambié de canal, esa película y su banda sonora de mal gusto me estaban molestando).
Y hablando de obsesiones, siento esta extraña atracción por mirar FX. Tengo entendido que es canal de hombres. ¿O no? De todos modos esa no es la parte que me asusta, me gustan las películas de Tarantino, quiero decir, sangre brotando de brazos descuartizados y mujeres con sobredosis, y también las de ciencia ficción (todo lo que sé de la vida lo aprendí de Star Wars). Lo raro de mirar FX es el concepto por contradicción. Dios, encuentro FTV tan asquerosamente aburrido. Mujeres desfilando por una pasarela interminable con ropas tan horriblemente coloridas que ni ellas mismas se las pondrían para la peor de las fiestas del mundo, con cuerpos como el que nunca voy a tener, y modelos de hombres que no me interesan en absoluto. Quiero decir con esto, lo socialmente malo no debe ser que me guste jugar con camioncitos y tractores, sino que no me gusta jugar con Barbies.
Es que es parte de un combo. Imaginemos tres campos como los únicos campos posibles: las películas, los libros y la noche. Del primero fue el último párrafo. ¿Los libros? De más está decir que dentro de mi prejuicio está que las mujeres Fashion TV no son grandes adictas a la lectura, pero si lo fueran seguramente leerían algunas de esas novelas que me aburren de tontas y cliché. Y sobre la noche: las noches de las mujeres FTV son dentro de vestidos en los que mi lindo cuerpo no cabe y detrás de hombres que parecerían una replica exacta de esas mujeres prefabricadas pero con el sexo invertido.
No es que me burle, ni que sea incapaz de querer a la gente así, es sólo que no es a quienes quiero tener llorándome dentro de 60 años frente al cajón. Bueno, quizás exagero un poco, está bien. FTV me gusta de a ratos. A veces, cuando hacen esos especiales sobre lugares del mundo lo tengo puesto en la tele por meses enteros. Ya saben lo que dice la frase: “la gente con mente pequeña habla de personas, la de mente un poco más elevada discute lugares y las más altas discuten ideas”. (Hasta ahora este escrito ha ido sobre las dos primeras, prometo no defraudar en el próximo párrafo).
La conclusión a la que arriba esta nueva fuga del tiempo es: uno puede discutir sobre moda, mirar FTV a veces, sentirse fascinado(a en mi caso) por la sangre, querer viajar por el mundo, amar los efectos especiales y así y todo poder seguir considerándose parte de la raza humana. ¿No cierto? O quizás i got it all wrong y debería renacer para volver a empezar. Lo único que pido es que por favor si eso pasa, no vuelvan a cruzarme con Nietzsche o vamos a tener que volver a empezar todo de nuevo.

Cualquiera puede contar una historia

Las buenas historias pueden surgir en cualquier parte. Mi abuela me escuchaba leer ensayos a veces y siempre criticaba mi supuesta “verborragia” lo cual ella entendía como un defecto en la escritura. Siempre me decía “tu problema es que escribís todo lo que pensás”. Supongo que ese tipo de críticas tienen algo de genético. Mi madre, o sea, la hija de mi abuela, solía fingir que mi estilo de vida le parecía correcto hasta que alguna noche de cólera me escupía que no le encontraba el sentido a pensar tanto las cosas. Que las cosas están hechas de un modo que no va a cambiar nunca; que revolverse es sólo para quedarse loco. Y entonces surgían mis ejemplos, analogías, diciendo cosas que me pusieran en mi imaginación un paso por encima de eso que siempre consideré ignorancia; los datos históricos, y terminar la noche con la frase “vos podés decirme lo que quieras, pero la gente de la edad media pensaba igual que vos, y si no hubiera sido porque alguien creyó que las cosas podían ser distintas todavía seguiríamos en la época feudal” (y lagrimas chorreando la cara por supuesto).

De lo horrible que tiene el hablar de uno mismo, se desprende que los escritores (o los que generosamente nos consideramos parte del género) amamos llevar a cabo cualquier prosa que nos tenga como principales personajes. Incluso cuando los nombramos de otro modo, poner una tercera persona es simplemente pretender que se pueden inventar personajes que no existen, que son sólo el producto de nuestros subconscientes pervertidos por los años y los recuerdos, y cada vez que hablamos de sentimientos estamos hablando de sentimientos propios. ¿Cómo puede ser que “literariamente” se considere incorrecto relacionar a la obra con el autor? La forma en la que tus cabellos caen por entre tus mejillas me recuerdan campos de lavanda en los que nunca estuve, pero que el simple sentir, el tenerte cerca me dan ganas de recorrer. Atrevete a negar que para hablar de sentimientos hay que haberlos sentido, para hacer palabrerío de corazones rotos uno tiene que haberlo tenido, para decir que ese puñal está en el medio del pecho uno en algún momento tiene que haber implorado porque ese no esté ahí.
Y los escritores (dixit), más que nada los que no somos escritores, leemos libros y se nos despierta esa cosa en la médula ósea por tirar nuestras propias líneas. No se nada de literatura ni de teorías creativas pero estoy segura de que eso es ser mediocre. Es más, yo empecé a escribir producto de un libro que me prestaron, Contrapunto, uno de esos libros que hubiera comprado por recomendación o de saber que el autor merece el tiempo perdido de 200 páginas para explicar alguna arbitraria teoría que, Dios santo si habrá formas, está escrito en forma de novela.
Odio reconocerme a mí misma que una vez leí esta novela de Sidney Sheldon que suelo recordar mucho (por un momento sentí un miedo horripilante a que el corrector automático reconociera su nombre, porque hace un rato atrás fue incapaz de reconocer “Aldous Huxley”). Era una novela de misterio (en verdad no soy muy buena con la asociación de géneros así que muy probablemente también pueda haber sido un drama o comedia romántica), que iba de un individuo que se extraviaba, y una reportera que empezaba a investigar el caso. La cuestión es que todo el mundo con quien hablaba tenía un recuerdo fabuloso de este hombre, hasta que la investigación se vuelve un poco ruda y ella empieza a enterarse de esos trapitos guardados a la sombra. El libro a veces te da esa sensación de rabia enfurecida en la punta de los dedos cuando la investigación no lleva a nada y la reportera vuelve a girar en círculos como al comienzo. La misma sensación de esas películas en las que el personaje principal es custodio de una gran verdad que ningún otro personaje cree, ya que anteriormente (a la película, en la parte de la historia en la que todavía no ingresamos los espectadores) este cometió algún error inescrupulosamente grave que hace que nadie confíe en él (claro que así y todo sigue investigando el caso, y muy a pesar de su supervisor que siempre lo despide para luego volver a incorporarlo a final de la película).
Eso es lo lindo de las películas argentinas, que (cuando son buenas) los casos nunca son llevados adelante por policías ambiciosos y con afán por la verdad, sino por algún fiscal sin ganas de trabajar que tiene que llevar adelante el caso por pura mala suerte. (Eso me recuerda que hace unos días tuve una discusión con un presunto ex – amante que se considera un sabiondo del cine nacional que encontró de muy mal gusto El secreto de sus ojos, pero sólo porque él en todo ve un doble sentido político que tiene que ver con la inclinación política del director, y es por eso que todo lo demás, detalles fílmicos y en la historia, tomas, dirección fotográfica pierden el más rotundo sentido.)
Me quejo. Pero vivo muchos meses del año implorando a los gritos por un poco de conversación política entre la gente que me rodea a diario (¿compañeros? Profesores. ¿Familia? Ja.) Y cuando la tengo, más bien, cuando me la dan sin que yo la pida salgo disparando en busca de lugares comunes. Mi única crítica a su crítica de la película fue esa: “cómo puede ser que todo lo que hayas visto de la película hayan sido 20 minutos de un tipo contratado por el gobierno de Isabelita”. ¿Dónde está todo lo otro? De verdad. Los pequeños detalles, los recuerdos y las frases que nos quedan en la memoria. Los fascinantes silencios de la película y los lugares comunes (pero) tan bien explorados.
Lo fabuloso creo de las películas fabulosas es el modo de contar historias. Del mismo modo que esto que escribo no tiene sentido alguno. La razón por la que es así es simple. No estoy escribiendo nada. Más que de mí misma. Y como la mirada sobre uno mismo puede ser a veces tan pero tan aburrida es que este escrito llega a su fin sin haber concluido nada más que: es muy interesante el modo en que uno “escritor” (dixit) puede hacerle perder al lector 15 preciados minutos de su vida. Y nada más.