Entre fotógrafos y observadores

Tengo entendido que los fotógrafos para ser buenos sólo tienen que saber mirar. Yo no soy fotógrafa, sin embargo tengo una cámara fotográfica y soy de prestar alguna atención a las cosas (me ha pasado como a todos levantar la cabeza un día y ver que un edificio se construyo en algún momento y que nunca antes lo había visto). Pero fuera de eso, observo. Dentro de los límites de lo plausible.
No me llamaría la atención ir al Congo Belga a fotografiar escenas de miseria, ni cumplir con el cliché de todo fotógrafo de haber alguna vez en la vida fotografiado a un chico negro. Prefiero otras cosas. Los rostros. Las miradas. Los silencios envueltos en los ojos.
Las caras viejas me parecen más fascinantes que las jóvenes, simplemente porque las jóvenes carecen de eso denominado experiencia: una cara de una persona adulta tiene los rasgos de una vida, como si cada una de sus vivencias hubieran quedado plasmadas en las arrugas que le cortan la cara. Y eso es lo fabuloso. Que los rostros cuenten historias.
Una vez vi un documental en la tele que iba del cuerpo humano, y que cuando hablaba de los cuerpos envejecidos hacía una distinción entre las caras: la cara de un adulto paciente, uno sabio, uno divertido… De cómo las caras iban de algún modo reflejando lo que habíamos sido en vida. Intentaba decir (creo recordar) que de lo que debíamos preocuparnos de jóvenes era de hacer algo, algo grande, para nosotros mismos, fabuloso siempre que a nosotros eso nos pareciera, porque de viejos todo lo que hubiéramos sido iba a estar en nuestra cara y nada había que pudiéramos hacer.
Bueno. Haber cosas las hay. Uno siempre puede reconstruirse la cara para parecer 20 años más joven (siempre prestando atención de que la palabra “parecer” está en la frase). Más bien una operación de rejuvenecimiento es como soltarle al mundo el mensaje: “tengo determinada edad, pero en verdad quiero parecer esta otra”, el mensaje nunca es “jamás envejecí”.
En un programa de teve en el que una mujer busca esposas a los millonarios, una vez se presentó una candidata que se introdujo diciendo “mi nombre es ... y tengo 45 años, ¿los parezco?”. La respuesta de la busca esposa fue un “si” simple y rotundo.
Supongo que es el fin de la reflexión del día: cuidado con querer reciclarse el rostro porque siempre se corre el riesgo de además de no parecer la edad que se pretende, quedar como una mujer adulta que en la juventud no hizo nada dichoso que la marque, y ahora debe ocultar ese vacío operándose la cara. Lo dejo de tarea para el hogar.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Generalmente las personas que se cambian el rostro no son más que aquellas superficiales y petulantes. La cara es la cara, entendes? No te podes cambiar, (excepto que te allá pasado una bicicleta por arriba o tu novio te allá cortado la geta por meterle los cuernos), pero para mi es intocable, aparte de que queda para el tuje, ósea te quedas con la cara de culo.
Sin embargo me tengo que abstener, y decir haces lo que quieras, para algo sos libre, así que anda, corre con velocidad, la vida es tuya, tropesate y partite la frente con amor.